El ambiente en el taller era alegre, Itchel estaba tejiendo su Paul Klee, Cloto sentaba a su negrita a meditar y Aracné buscaba “miajitas” -restos de fibras- para empezar otra versión del Dérain. A media tarde hacíamos un descanso y disfrutábamos de una variedad de té que yo había encontrado en mi última visita a París, el “Té de los amantes”, aromatizado a la canela, la vainilla y el jengibre. A finales de año estaba empezando las ramas naranjas del segundo árbol, el camino inferior en tonos malva y espesaba los macizos de amapolas. A estas alturas el tapiz y yo manteníamos un diálogo fluido. Yo creía saber lo que él me decía aunque muchas veces me faltaba la técnica para dejar que se expresara. Entonces recurría a pequeñas “trampas” que Aracné descubría y me hacía deshacer. Pero había días que mis manos tejían automáticamente obedeciendo las órdenes del tapiz sin cuestionarlas y avanzando como una posesa por la urdimbre sin poder detenerme ni a tomar el té. Estaba deseando llegar al segundo tronco. Qiyi
1 comentario:
Nada tiene que envidiar al colorido de Derain. Yo más bien diría al revés. Y además, cuando relatas el trabajo del resto del "equipo" visualizo un "coro de tejedoras" y casi puedo "oir" el suave roce de la trama cruzando la urdimbre. Precioso relato de esa elaboración y el tapiz del mes maravilloso. Abrazos para las tejedoras. Mentxu
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